Cada vez que aparece un nuevo estudio recordando, cuantificando o argumentando aspectos de lo que ya algún autor ha llamado la sexta extinción, a mí personalmente se me caen los palos de este «sombrajillo», que cada día me hace más falta.
En esta ocasión, ha sido un artículo publicado en la revista Marine Ecology Progress el que me ha hecho poner los ojos sobre el recurrente tema de la pérdida de biodiversidad a escala global. Resulta que este nuevo estudio pone de manifiesto cómo, a pesar del crecimiento rápido y sustancial de las áreas y hábitats protegidos tanto en zonas continentales como marinas, la diversidad biológica en todo el mundo continúa cayendo en picado.
En el estudio se ponen en correlación de forma cuantitativa dos cosas: los esfuerzos que el ser humano hace por conservar la riqueza de vida en el planeta, frente a lo que la biodiversidad planetaria ofrece como respuesta a esos “esfuerzos”. Pues bien, lo que me ha llamado fuertemente la atención de dicho artículo ha sido precisamente que la relación entre esos dos parámetros fuera inversa, como acabo de mencionar.
Como amantes de la naturaleza y la vida salvaje, nos gusta pensar que los esfuerzos realizados en materia de conservación, tanto de especies como de hábitats, son útiles y dan sus frutos en términos globales. Sin embargo, resulta, tristemente, que no es así.
Aunque me consta que la mayoría de socios de AEFONA estaréis bien informados, la idea principal del estudio me ha parecido tan impactante que he querido contar mis indagaciones a este colectivo al que hace poco me he unido.
Al grano:
Según se citaba en dicha fuente, son más de 100 000 las áreas protegidas que se han establecido desde la década de 1960. Esto representa más de 17 millones de kilómetros cuadrados de tierras continentales y más de 2 millones de kilómetros cuadrados en zonas marinas.
De acuerdo con uno de los índices más utilizados para medir la biodiversidad planetaria, la riqueza de especies terrestres y marinas ha sufrido una disminución constante en aproximadamente ese periodo. Este hecho sugiere que la simple protección de áreas continentales y marinas, principal estrategia de conservación a nivel mundial, resulta insuficiente para evitar la pérdida sostenida de especies en dichos ámbitos.
La pérdida constante de biodiversidad tiene profundas consecuencias a todos los niveles para la civilización humana, desde el suministro de alimentos, medicinas, fibras vegetales o aguas potables, hasta la polinización de cultivos, filtración de contaminantes, protección frente a desastres naturales y amortiguación de perturbaciones climáticas, etc.
En cualquier caso, estas no dejan de ser justificaciones de carácter antropocéntrico para la conservación de la biodiversidad, mientras que corrientes filosóficas más puristas defienden, por sí misma, nuestra obligación de respetar al resto de las especies que conviven con nosotros en el planeta.
Muchas políticas conservacionistas pretenden asignar valores económicos a los bienes y servicios ambientales asociados a la abundancia de biodiversidad. Visiblemente tras estos enfoques subyace una manifestación más de los razonamientos antropocéntricos, por lo que ni siquiera voy a mencionar la cantidad de dólares que la literatura sobre el tema atribuye actualmente al conjunto de la biodiversidad mundial.
Volvamos a lo que resulta ser nuestra principal estrategia de conservación de la naturaleza, que no es otra que crear zonas de reserva. Si bien podríamos presuponer, aunque sea mucha suposición, que la mayoría de las áreas protegidas individuales estén bien diseñadas y administradas, y por lo tanto pudieran tener éxito en la protección de especies y hábitats a escala local, existen una variedad de factores globales que operan en la línea de seguir reduciendo aún más la biodiversidad planetaria.
En palabras de Peter F. Sale, director asistente de las Naciones Unidas en el Instituto del Agua, Medioambiente y Salud y uno de los autores del impactante estudio: “Las áreas protegidas, como normalmente se implementan, solo pueden proteger de la sobreexplotación y de la destrucción de hábitats debidas a las acciones directas de los humanos dentro de sus fronteras”.
Sin embargo, la pérdida de biodiversidad también es causada por contaminación, por introducción de especies invasoras, por conversión de hábitats naturales a usos relacionados con nuestras actividades humanas —granjas, agricultura, urbanización, industria—, así como por diversos factores relacionados con el cambio climático. Curiosamente, ninguno de estos factores, excepto quizás la transformación de hábitats naturales, se ven mitigados por la política de creación de espacios protegidos.
Dicho de otro modo, el mencionado estudio, que se basa en una amplia gama de datos globales y en una revisión de la literatura científica existente sobre el tema, sostiene que la declaración de espacios protegidos no es capaz de seguir el ritmo de otros factores de estrés que, desde hace décadas, inducen a la pérdida general de diversidad biológica.
Véase la siguiente gráfica:
Además, según la mayoría de las investigaciones, se sugiere que entre un 10 % y un 30 % de los ecosistemas del planeta deben ser protegidos para poder mantener los niveles de biodiversidad planetaria óptima. En este sentido, a pesar de lo que podría parecer un ritmo rápido de aumento en las áreas protegidas, la realidad es que resulta demasiado lento para alcanzar estas metas a corto plazo. Según estimaciones hechas en la mencionada fuente, el objetivo del 10 % de áreas protegidas en tierra no se alcanzaría hasta 2043, mientras que para alcanzar el 30 % tendríamos que remontarnos hasta el 2197. Estos mismos objetivos en lo que respecta a santuarios marinos se estiman para los años 2067 y 2092 respectivamente.
Por si esto fuera poco, estas previsiones son con toda seguridad excesivamente optimistas, pues los actuales ritmos de crecimiento de hábitats protegidos y los actuales esfuerzos de conservación seguramente se reduzcan a causa de las necesidades de una población humana en rápido crecimiento.
“La presión sobre la pesca marina se prevé que aumente en un 43 % hacia 2030 para dar abasto a la demanda de alimentos” (Delgado et al., 2003), mientras que “de las emisiones de CO2 previstas para 2050 se espera un impacto muy severo sobre más del 80 % de los arrecifes de coral del mundo, afectando globalmente a las comunidades de peces marinos, causando extinciones locales y facilitando las invasiones que resultarían en cambios en la composición de especies hasta en un 60 %” (Cheung et al., 2009).
En tierra, la creciente población humana y la demanda de vivienda, alimentos y energía se espera que aumente sustancialmente la intensidad de los factores de estrés relacionados con la conversión de usos del suelo para agricultura y urbanización, como por ejemplo la liberación de nutrientes y otros contaminantes, el calentamiento del clima y la alteración de los regímenes de precipitación» (Sala et al., 2000, Millennium Ecosystem Assessment Project at www.maweb.org.
Noche en el lago Victoria: esta gran masa de agua del África oriental representa un importante ejemplo de cómo la introducción de especies alóctonas puede llevar a una fuerte merma de las diversas poblaciones locales. En el lago Victoria la introducción de la perca del Nilo ha provocado que muchas especies locales se vean desplazadas por esta nueva especie que se comporta como invasora.
En lo que respecta a las áreas protegidas, los mayores retos que se plantean están relacionados con el tamaño de las mismas —a menudo demasiado pequeñas para la supervivencia de las especies más exigentes en cuanto a hábitat—, así como con la conectividad entre unas áreas y otras, necesaria para que se produzcan intercambios genéticos sanos entre las especies que habitan en ellas.
Los autores del análisis sugieren que revertir las tendencias actuales en cuanto a pérdidas de biodiversidad requeriría volver a replantearse las estrategias de conservación, dirigiendo los esfuerzos hacia tácticas más globales.
Muchos de estos esfuerzos pasarían por una búsqueda de la reducción del crecimiento de la población humana, también se haría necesario redistribuir los esfuerzos de conservación teniendo en cuenta cuestiones como la riqueza en especies de las distintas regiones biogeográficas, que de hecho no suele coincidir con la capacidad de inversión en estas cuestiones que tienen los países que las ocupan.
Muchas de las regiones tropicales, las más ricas en especies y en endemismos, están ocupadas por naciones en desarrollo y cuya disponibilidad de recursos para la conservación son por término medio mucho menores que en países de regiones templadas. Algunos de los países que se enfrentan a las mayores tasas de cambio en los usos y coberturas del suelo, como Madagascar o Indonesia, disponen de menos recursos financieros dedicados a la conservación de sus hábitats. Por el contrario, países de regiones templadas como Alemania, Austria o Suiza disponen de redes de áreas protegidas mucho más desarrolladas a pesar de su menor situación de peligro.
Las naciones desarrolladas concentran la riqueza del mundo, pero no son el campo de batalla de la lucha por la conservación de la biodiversidad. Hay una gran discrepancia entre los lugares donde se concentran los mayores esfuerzos de conservación y las regiones donde se concentran las mayores amenazas para el futuro de la biodiversidad.
En este sentido, otro estudio publicado en 2008, en este caso de la Universidad de California en San Diego, representa una primera línea de base acerca de la urgente necesidad de planificar globalmente los esfuerzos de conservación desde el punto de vista de los futuros impactos del cambio global, así como de la actual distribución geográfica de las amenazas a la diversidad biológica del planeta.
A la vista de los inminentes cambios globales, se pone de manifiesto más que nunca que muchas regiones están más necesitadas de protección que otras.
En el mapa se muestran las diferentes regiones emergidas del planeta coloreadas según lo que se ha llamado riesgo de conservación, que es el resultado de poner en relación la cantidad de superficie para la que se prevén cambios de usos en el año 2100 frente a la cantidad de superficie protegida.
Muchas regiones de los trópicos, en las que el riesgo de conservación es muy alto, además poseen un muy elevado valor de conservación, por su abundante número de especies de anfibios, reptiles, aves y mamíferos (entendiéndose estas como indicadores de diversidad biológica).
Walter Jetz, uno de los autores de este otro estudio, señalaba: “Las reservas destinadas a conservación han sido a menudo creadas aleatoriamente, siguiendo un objetivo nacional, como el de preservar un determinado porcentaje de la superficie de un país, o bien dando respuesta a las amenazas del pasado. Sin embargo, se ha dado poca consideración a la distribución geográfica de las amenazas del futuro y a su relación con la biodiversidad planetaria.”
La biodiversidad no está distribuida uniformemente sobre la superficie de la Tierra, sino que se halla concentrada geográficamente. Las zonas tropicales cubren el 42 % de dicha superficie, mientras que en ellas encuentran hábitat dos terceras partes de todas las especies animales. En lo que respecta a los bosques tropicales, aunque ocupan tan solo un 6 % de la superficie terrestre, dan cobijo a dos quintas partes de todas las especies vegetales y animales. Teniendo en cuenta esta coyuntura, empieza a comprenderse mejor por qué las tasas de extinción se disparan cuando la actividad antrópica se acerca a uno de estos llamados puntos calientes.
Las tasas de extinción alarmantemente altas no son uniformes. Curiosamente, aunque pueda parecer de perogrullo, estas tasas desmesuradas se producen en aquellos lugares donde los frentes de destrucción de hábitats coinciden con una concentración elevada de especies vulnerables. Algunas estimaciones arrojan la cifra de que la mitad de las especies del mundo habitan en unas 25 áreas tropicales, en su mayoría forestales, donde la acción humana ya ha eliminado el 70 % de la vegetación natural. Esta combinación de concentración de especies vulnerables y elevada destrucción de hábitat es lo que ha convertido a esas 25 zonas en los puntos calientes del planeta en lo que respecta a conservación.
Los equivalentes marinos de estos puntos calientes terrestres serían los arrecifes de coral, los cuales, igual que los bosques tropicales, se encuentran plenamente dentro del ámbito de afectación de las actividades humanas.
A la vista de todo esto, empieza a parecer obvio que los países ricos, con amenazas futuras leves a su biodiversidad, deban destinar más recursos financieros, no tanto en sus patios traseros, como en países subdesarrollados cuyas amenazas ante la extinción de especies son mucho más graves. Sin embargo, la solución real podría ser extremadamente compleja. Para empezar ,muchos de los 25 puntos calientes fueron colonias europeas, por lo que probablemente se partiría de una desconfianza de estos países, que ahora son independientes, ante el posible interés de sus antiguos colonos por salvar ahora sus bosques.
A los mencionados puntos calientes habría que sumarles como prioridad de conservación las tres grandes selvas tropicales: las de Indonesia, la Amazonía y la cuenca del Congo. Sin embargo, los retos que presentan estas selvas vírgenes son muy diferentes de los que habría que plantearse en los mencionados puntos calientes. Si los países ricos valoran estos espacios forestales, habrá que conseguir que algún tipo de compensación económica llegue a las regiones que los albergan para que los mantengan como lo que son, selvas tropicales. Para ello no basta con conseguir que esas compensaciones lleguen al país, sino a la propia gente que habita en los límites de la selva, pues son ellos quienes en última instancia, por pura necesidad de supervivencia, deciden el destino de esas masas forestales.
Es importante considerar la irreversibilidad de la transformación de muchos de estos bosques tropicales. A diferencia de lo que sucede en los bosques de zonas templadas, el suelo de la mayoría de los bosques tropicales es extremadamente pobre. De un total de 14 millones de kilómetros cuadrados de bosque tropical, actualmente se han deforestado 7 millones, la mitad. De ellos, tan solo 2 millones de kilómetros cuadrados han llegado a ser cultivos productivos.
Por toda la Amazonía resulta frecuente la práctica de tala y quema para abrir claros en el bosque con fines agrícolas. El suelo de los bosques tropicales solo puede albergar selva, resulta tan pobre que necesita el flujo continuo de materia orgánica que le aporta el dosel arbóreo.
Argumentos hay. Tal como cita el informe “Evaluación de ecosistemas del milenio”, están los alimentos, las aguas, leñas, variedades silvestres de plantas cultivadas que permiten mantener la riqueza genética, plantas medicinales, prevención de inundaciones y regulación del clima. Se podría añadir a toda esta lista los valores recreativos, culturales y estéticos que tanto nos importan a los fotógrafos de naturaleza. El ecoturismo ofrece un incentivo más a la conservación de los bosques tropicales, los arrecifes coralinos, las montañas y glaciares o los humedales. El amante de la naturaleza acude a las zonas salvajes de todo el mundo precisamente porque son salvajes.
Los fotógrafos de naturaleza no somos sino una variedad más de la amplia diversidad de amantes de la naturaleza que hay por todo el mundo. Tenemos el deber de contribuir a divulgar estos valores, a hacer un uso responsable de la naturaleza y de empezar a tomar cartas en el asunto YA. Dejándolo para otro momento, podríamos llegar demasiado tarde.
Joaquín Martín de Oliva
Comité de Conservación