Entre la fauna ibérica identificada desde el punto de vista cinegético como caza mayor, siempre me ha llamado la atención el jabalí por su corpulencia, vigor y bravura. Animal este que no teme el enfrentamiento con adversario alguno —incluido el hombre— si se encuentra en el trance de tener que defender su vida, momento en el que se convierte en un enemigo verdaderamente peligroso en extremo, sobre todo si se halla herido o acorralado.
No obstante lo anterior, el jabalí (Sus scrofa) procurará evitar la lucha siempre que le sea posible, prefiriendo la retirada a un choque innecesario e incierto, lo que dice mucho de su desarrollada inteligencia y sentido común.
Con la llegada de los primeros fríos del otoño, tras el letargo estival, me propongo fotografiar a este común, pero poco conocido —aunque abundante y, por ello, difamado y perseguido— mamífero que habita nuestras sierras y montes y al que precede una desafortunada fama de salvaje y violento, y por ello, peligroso. Aunque ya he comentado anteriormente que su fiereza solo surge cuando se le provoca en exceso. Como a cualquiera…
Con dicho propósito visito una extensa finca ubicada en la provincia de Ciudad Real, cuyos límites se internan en la Sierra de los Canalizos, corredor natural entre los Montes de Toledo y Sierra Morena.
El paisaje de monte bajo y extensa llanura adehesada que tengo ante mí es el característico del bosque mediterráneo, donde abunda la encina y el alcornoque, además de madroñales, acebuches, jarales, cornicabras… Y es en este entorno donde se desenvuelve con especial autoridad el jabalí, y por el que campa a sus anchas sin otro enemigo al que temer que el hombre, sobre todo cuando se presenta con una escopeta de caza y acompañado de perros en el transcurso de una montería.
En mi recorrido por este excepcional entorno descubro una charca a la que han acudido varios jabalíes a beber y darse un baño. Intento pasar inadvertido para evitar su huida y tomo algunas imágenes…
Pero finalmente se dan cuenta de mi presencia y se alejan a la carrera, lo que confirma que el jabalí es esquivo y solo ataca cuando no encuentra otra salida.
A pesar de haberme ocultado a su vista, observo que su sentido del oído y del olfato —que tienen muy desarrollado— les advirtió de mi presencia y fue esto lo que les apremió a retirarse a lugar, a su entender, más seguro.
Recordando las excelentes facultades sensitivas del jabalí a las que acabo de referirme, me esfuerzo en adelante en ser más precavido y comienzo a moverme con mucha mayor prudencia, además de que tampoco debo confiarme en exceso porque, como también he mencionado, puede llegar a ser peligroso si entiende que se ha vulnerado su espacio vital y barrunta algún peligro. Y sería lamentable que confundiera el teleobjetivo de mi cámara con el cañón de una escopeta…
Sigo los pasos de este grupo receloso y los distingo dirigiéndose por una trocha hacia espacio abierto en la dehesa, donde se juntan con otros jabalíes que por allí hozan a sus anchas. Para mí será más difícil acercarme sin ser apercibido, pero lo intento con mucho cuidado.
Pronto diviso a una hembra acompañada de dos retoños (rayones) hociqueando el terreno en busca de raíces, tubérculos, bulbos, pequeños vertebrados o lo que les salga al paso; porque el jabalí es un mamífero omnívoro que se atreve con todo aquello que sea comestible.
Pero entre una y otra hocicada, los rayones reclaman el biberón para completar el almuerzo y exigen a su madre que les brinde sus apetitosas ubres. Con tanta insistencia lo piden que la hembra no duda en abandonar sus labores para tumbarse sobre el terreno y dejar, complacida, que sus pequeños se sirvan su periódica y necesaria ración de leche.
Tan entrañable escena me resulta altamente gratificante y me siento afortunado al poder captarla con mi cámara; porque no es fácil encontrarse con esta secuencia durante una sesión de caza fotográfica llevada a cabo en un entorno natural. Sin embargo, he de mostrarme muy cauteloso porque las jabalinas se vuelven agresivas si alguien las molesta cuando amamantan a sus hijos; así que evito cualquier actitud que pudiera delatarme y dejo que la jabalina y los rayones prosigan su camino una vez concluida esta interrupción para la lactancia.
Intento sacar partido del lugar en el que me encuentro, por considerarlo idóneo, y aguardo pacientemente a que sean los jabalíes los que se acerquen, en lugar de intentar lo contrario porque el terreno abierto haría bastante complicada mi aproximación.
La estrategia resulta positiva y no tardo en observar cómo se acerca un macho que camina acompañado de una hermbra y un bermejo —joven jabalí llamado así por el pelaje rojizo que muestra en esta fase de crecimiento—. Pasan ante mí sin percatarse de mi presencia, lo que confirma que no debo abandonar el puesto ya que el camuflaje ha resultado adecuado.
A mi alrededor comienzan a congregarse grupos de jabalíes y llegan a producirse algunas escaramuzas, quizás por una hermbra o por cuestiones territoriales o de liderazgo, no sé. El caso es que el ambiente se caldea y surgen los primeros colmillos… lo que aprovecho para seguir tomando imágenes.
Los tengo tan cerca que temo puedan alcanzarme en una de sus acometidas…, pero no me queda otro recurso que aguantar el tipo. Sus gruñidos de intimidación hacia el contrario y el asomar de sus afilados colmillos —como cuchillas— ponen de manifiesto su bravura y peligrosidad llegado el caso.
Cuando todo parece volver a la normalidad, una vez que cada grupo de jabalíes disfruta libremente de lo que considera propio, me propongo abandonar el lugar y regresar a mi punto de partida. Tengo las piernas entumecidas y los brazos doloridos por las largas horas en que he permanecido inmóvil a la vez que manejando el equipo fotográfico.
Pero cuando me disponía a salir de mi escondite, descubro a un desafiante macho plantado frente a mí a muy corta distancia. Observa atento en mi dirección y, aunque creo que no me distingue, se muestra curioso y mueve la jeta olfateando los efluvios que fluyen a su alrededor. Creo que huele el sudor que recorre mi frente… La cercanía del animal apenas da margen para el enfoque y dudo. Me decido y encadeno una ráfaga de imágenes…. Algunos minutos después, da media vuelta y se aleja despacio, como perdonando mi imprudencia. Ahora sí… doy por finalizada esta jornada de caza fotográfica y regreso por donde vine.
Desandando el camino hago resumen de lo acontecido en este ajetreado día y doy por hecho que el resultado ha superado a cuanto hubiera podido imaginar. No obstante, aún me aguardaba otra sorpresa….
Algo se mueve a lo lejos y no acierto a verlo con claridad. Observo a través de los prismáticos y compruebo que es un jabalí que vaga con los instestinos colgando, seguramente tras un enfrentamiento con algún otro semejante. Aunque no podía saberse si se trataba de la víctima perdedora o del vencedor en la lid, en cuyo caso último, la victoria bien podría calificarse de pírrica… Y aquí asoma la cara más violenta del jabalí, así como los estragos que producen sus afilados colmillos.
Me acerco a él con extremo cuidado, hasta donde considero prudente hacerlo —porque está herido de muerte, pero aún vivo y, por lo tanto, muy peligroso— y tomo las últimas instantáneas.
Texto y Fotos propiedad del autor.
Francisco Martínez Romón
De la serie «Mis Cuadernos de Campo»