El pasado viernes 3 de abril tuve la oportunidad de volver a experimentar la observación de passeriformes (pájaros) desde un escondite, acompañado esta vez por mi amigo Christian.
Repasando las imágenes de la sesión fotográfica me venían un montón de palabras a la cabeza con las que describir las sensaciones, emociones y sorpresas del momento, pero que todavía no se han formalizado en nada concreto.
Hoy leyendo un poco a Eduardo Galeano, escritor uruguayo recientemente fallecido, en su libro “El libro de los abrazos”, me ha resultado muy sugerente “La casa de las palabras” que con vuestro permiso voy a transcribir aquí.
“A la casa de las palabras, soñó Helena Villagra, acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido.
En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino …”
¿Verdad que es precioso? Pues bien, esto es lo que me imaginaba mientras lo leía:
Al escondite de Buixcarró, soñó Vicent, acudían los fotógrafos. Todos los pájaros posaban como locos para ser retratados, cambiaban de pose, de sitio, volaban por delante e incluso caminaban con porte elegante. El fotógrafo hacía la foto y después la miraba, tocaba la pantalla, la ampliaba en busca del detalle y entonces se relamía o fruncía la nariz. El fotógrafo buscaba los pájaros conocidos, recordar los olvidados y sorprenderse de los desconocidos.
Además, a los pájaros les acompañaban sus colores. Muchas variaciones y matices de colores, que cambiaban al son que marcaba el sol y que el fotógrafo se servía según le hiciera falta: amarillo limón o amarillo sol, ocre rojizo o anaranjado, verde grisáceo, azulado, azul celeste …
Ahora ya podéis haceros una idea de lo que sentía mientras leía a Eduardo Galeano. Y permitidme que desde aquí le dé las gracias por regalarnos, tantos abrazos.
Y también os dejo algunas fotos.
Excelente asociación de impresiones con el cuento de Galeano. Felicitaciones. (Y bellas fotos, claro)