La diáfana luz de un claro amanecer comienza a hacerse presente cuando llego al embarcadero en el que aguarda Vicent con su albuferenc, la característica barca de la zona, para llevarme a visitar el lago del Parque Natural de l’Albufera (del árabe al-buhayra “el pequeño mar”); el exuberante hábitat valenciano en el que, entre densas matas de eneas y carrizos, halla refugio y espacio para la reproducción una profusa y dispar avifauna.
Sin tiempo que perder, me instalo a bordo de la sencilla embarcación junto con mi equipo fotográfico y partimos al abrigo de las altas varas que se abren camino hasta el margen del lago, donde ya se advierte un animado movimiento de aves.
La transparente y luminosa atmósfera del día que principia es la ideal para la fotografía que persigo, por lo que preparo cámara y objetivo con la mayor prontitud y me dispongo a no dejar pasar ninguna de las ocasiones que surjan durante el recorrido. Y una vez bien instalado, me relajo y espero acontecimientos…
Y mientras la barca se desliza suavemente rozando la superficie del lago, me dejo cautivar por la magia de este paraje natural, en cuyo entorno creo descubrir a los personajes que en la pluma de Vicente Blasco Ibáñez dieran vida a l’Albufera: el Tío Paloma, Tono, Neleta, Tonet… El barquero que me acompaña, Vicent, parece adivinar mis pensamientos y me señala rincones donde dice se rodaron algunas escenas de la serie de TVE Cañas y barro, basada en la novela homónima del mencionado escritor valenciano. Pero esa es otra historia… Vuelvo a la realidad y dejo que el paisaje hable por sí solo mientras la suave y fresca brisa de la mañana acaricia mi rostro.
Pasamos frente a un grupo de garzas reales que toman el sol posadas sobre unas estacas, mientras dejamos atrás lo que se denomina el Fangaret, tras abandonar el Racó de l’olla, desde donde partimos, y conforme avanzamos lentamente, surcando el corredor de agua que entre la tupida vegetación de la mata del Fang permite el paso a la navegación de barcas, surgen ante mí grupos de ánades que inician un precipitado vuelo alarmados por la presencia de extraños en aquel íntimo y apacible lugar.
La mata del Fang, debo decir, tiene la consideración de reserva de protección integral de fauna y es uno de los espacios más valiosos del parque, en cuyos aledaños se levanta el Centro de Recuperación de Fauna de la Comunidad Valenciana “La Granja” de El Saler, donde son atendidos los animales salvajes que perdieron la capacidad de desenvolverse por sí mismos para, tras su curación, volver a integrarlos en el medio natural de procedencia.
Dicho centro puede reconocerse por el magnífico observatorio que, a modo de soberbia atalaya, se alza sobre la vegetación del lago para, desde su privilegiada situación, alcanzar a divisar y controlar la fauna que puebla este gran hábitat. La labor biológica y veterinaria de los expertos que aquí vierten sus conocimientos es del todo encomiable y supone una firme esperanza para el futuro faunístico del parque, así como de otros entornos naturales donde se sueltan ejemplares que pasaron por este lugar tras sufrir algún accidente.
Mientras la barca de Vicent prosigue su lento recorrido sorteando la mata del Fang —sin otro sonido chocante que no sea el leve rumor del motor que nos impele— me dejo atraer por las sensaciones que captan mis sentidos y experimento un estado de ensoñación… Tanto es así que a veces dudo entre seguir captando imágenes o recrearme, sencilla y llanamente, en el admirable espectáculo que me brinda la naturaleza. Es la voz de Vicent, advirtiéndome de la interesante y cercana presencia de algún ave la que, en ocasiones, me saca de mi ensimismamiento.
En el trayecto encuentro gran cantidad de ejemplares de ánade real luciendo su peculiar cabeza de color verde irisado —por lo que en valenciano se le denomina collverd—, así como algún calamón, un ave de color azul purpúreo y del tamaño de una gallina fácil de distinguir por el llamativo escudete frontal rojo que presenta en la cabeza. Muy frecuente también en estas aguas es la cerceta común, el pato colorado, el porrón común o el cormorán, que suele posarse sobre los palos o estacas de pesca. Y lo mismo en el agua que en el cielo, surcado continuamente por las aves que convergen en estos lugares. En realidad, un espectáculo que no cesa…
Y entre las especies citadas anteriormente llama poderosamente la atención la presencia en l’Albufera, por su distinguido y señorial porte, la garza real (Ardea cinérea), un ave que por alimentarse principalmente de peces, además de insectos y ranas, encuentra en este hábitat palustre el lugar perfecto para su cría y desarrollo.
Y aunque actualmente esta especie no presenta ningún peligro de conservación ya que, por el contrario, muestra un acusado crecimiento numérico y geográfico, hubo un tiempo en que muchas colonias de esta elegante ave llegaron a desaparecer por completo en algunos países debido a que sus perfectas y por ello apreciadas plumas se impusieron en la moda del sombrero femenino, siendo las más llamativas aquellas que cubren la cabeza y el occipucio, concretamente lo que se denomina el moño.
Acabado el recorrido por la mata del Fang, salimos a aguas abiertas y nos dirigimos directamente a la mata de la Manseguerota, una isla formada por acumulaciones de vegetal palustre situada en el centro del lago, lo que la expone a los oleajes que forman los fuertes vientos de poniente y a la consiguiente erosión de su perímetro, lugar de nidificación de muchas de las especies de avifauna de l’Albufera.
Acoplado en la proa de la embarcación, desde la que tomo fotografías, veo aproximarse al frente la mancha ocre de las eneas y carrizos que forman la isla de la Manseguerota, a cuya orilla acudimos para hacer un paréntesis en nuestro recorrido y disfrutar del total silencio y tranquilidad que reina en esta zona del lago de l’Albufera. Tras fondear cerca de las cañas, Vicent me ofrece un café caliente e iniciamos una amena charla que se prolonga en el tiempo sin que apenas nos demos cuenta de ello.
Él es un barquero muy prudente y habla poco, pero es un buen conversador cuando siente la confianza de la persona que tiene a su lado, y así llega a contarme algunas de sus experiencias, entre las que destaca una anécdota: la de una señora que quería dar un paseo en su barca para conocer l’Albufera, pero no más de veinte minutos, según la dama, porque tenía prisa… Y es que se necesitan muchas horas, a lo largo de las distintas épocas del año, para percatarse de la verdadera identidad de este enclave. Hablamos asimismo de naturaleza y de la necesidad de una política medioambiental firme y sostenible para que el Parque mantenga su actual fase de recuperación y se evite volver a los tiempos, ya lejanos, en los que la contaminación por vertidos industriales a punto estuvo de aniquilar este maravilloso e imprescindible entorno natural.
Vicent me advierte de que el tiempo está cambiando y, por lo tanto, es el momento de regresar porque lo que empezó siendo una mañana soleada y tranquila comienza a convertirse en desapacible, por culpa del viento que llega de poniente y que levanta un inusitado oleaje, lo que pone de manifiesto la erosión antes aludida que sufre la Manseguerota a consecuencia de dicho meteoro.
La pericia y mano firme de Vicent manejando el timón de la barca hace que la travesía de vuelta no ofrezca peligro alguno…, aunque el viento llega a soplar con fuerza y el oleaje no lo pone fácil. La temperatura ha descendido varios grados en corto espacio de tiempo y la sensación térmica que experimento es de un frío molesto, por lo que decido abrigarme bien. Esta sencilla experiencia viene a demostrar que la naturaleza puede llegar a mostrarse hostil en cualquier instante y lugar por difícil que llegue a parecer… por lo que siempre habremos de estar preparados y actuar con suma prudencia.
Al caer la tarde, amaina el viento y la situación meteorológica se normaliza. El pequeño mar vuelve a mostrar su cara más afable y las últimas horas del día son cautivadoras, por lo que espero a que se ponga el sol para dar por concluida mi estancia en l’Albufera… adonde tengo pensado regresar para fotografiar lo que acontezca en distinta estación del año.
© Texto y fotos propiedad del autor
Francisco Martínez Romón
fmromon@gmail.com
Imágenes que también quedaron para el recuerdo…
Con mi sincero agradecimiento a Vicent Muñoz, barquero de l’Albufera, sin cuya colaboración y asesoramiento hubiera resultado muy difícil la realización de este reportaje. Asimismo, a Salvador Cases (Boro) su compañero de labor y mentor; además de constructor de las “albuferenc” con las que trabajan.