Tras varios días de medicación y obligado reposo en el campo base, a consecuencia de una inoportuna faringitis contraída después de dos jornadas de fotografía nocturna a 5.400 metros de altitud (y a una temperatura de -40 grados centígrados), Javier ha reanudado su actividad con vistas a conseguir hacer cumbre tan pronto como las condiciones atmosféricas se lo permitan.
Hoy, domingo 6 de mayo, Javier y yo hemos vuelto a mantener contacto y me ha informado de que había ascendido hasta el campo 3 (situado a 7.100 metros de altitud), donde pernoctó para completar el ciclo de aclimatación y más tarde descender de nuevo hasta el campo base, donde ahora se encuentra a la espera de una «ventana» de buen tiempo para el asalto definitivo a la cima.
Añadía Javier en nuestra entrevista que la ascensión a un 8.000 requiere de una mente clara y serena, porque las decisiones a esta altitud -tanto en la subida como en el descenso desde la cumbre- entrañan mucho riesgo si el individuo no se encuentra en pleno dominio de sus facultades.
A este respecto, hay que volver a recordar que Javier está completando su actividad sin la ayuda extra de oxígeno, lo que otorga más valor a su intento de alcanzar la cima más alta de la Tierra; a la que muchos himalayistas suben ayudándose de botellas de oxígeno pero pocos –muy pocos- lo hacen valiéndose únicamente de su capacidad física.
La hipoxia (déficit de oxígeno en el organismo) también conocida como «mal de altura», es el rival hostil -entre otros naturales- al que deberá enfrentarse Javier durante el tiempo que permanezca por encima de los 7.500 metros de altitud, lo que se conoce como «zona de la muerte».
Por otra parte, Javier es sabedor de que, además de todo el ánimo que está recibiendo de cuantas personas siguen con interés su actual aventura, cuenta –como no podía ser de otra forma- con el total apoyo de AEFONA, y así se lo hago saber en cada una de nuestras conexiones.