«Nosotros, fotógrafos, aportamos lo invisible, el pensamiento que envuelve todo lo que vemos. El mundo sin pensamiento seria abstracto, sabemos que no podría expresarse, sería algo así como el mundo visto por una cebra, por una vaca. Una cámara ve el mundo con una mirada extremadamente más vacía que la de una vaca. Lo que nosotros hacemos es aportar lo invisible, lo esencial, las palabras, codificamos la mirada vacía de la cámara».
Estas palabras las firma Eduardo Momeñe, el autor de un libro que se ha convertido en un imprescindible en la biblioteca de cualquier joven —y no tan joven— fotógrafo: La visión fotográfica. Curso de fotografía para jóvenes fotógrafos.
Como bien dice el título, este libro es mucho más que un ensayo, podemos definirlo como un excelente curso. Es cierto que en él no encontraremos ninguna formación técnica —aunque el autor insista en su importancia—, tampoco encontraremos formación relativa a la composición propiamente dicha, pero será una excelente base sobre la que empezar a desarrollar una mirada propia, una mirada personal construida sobre los sólidos cimientos de la historia de la fotografía y del arte.
El autor quiso llamar a este proyecto curso, y no ensayo, porque mientras un ensayo nos invita a leer, un curso nos invita a estudiar, que es lo que Momeñe pretende con este libro. Además, nos insta a combinar este volumen con otra herramienta de trabajo, internet, lo que llama la mejor biblioteca-fototeca-pinacoteca. Sin embargo, esta potente herramienta es un arma de doble filo. Nos puede ayudar a encontrar nuestro camino igual que nos puede ahogar en un océano de mediocridad. Quizá una de las virtudes de este libro sea la de actuar como un noble faro que nos guíe por estas aguas.
Mientras leemos, nos encontraremos con muchos nombres destacados en negrita. Momeñe nos invita a buscar en la red fotografías y más información sobre estos artistas de distintas disciplinas, movimientos o lugares, para ampliar los indispensables conocimientos que nos ofrece. Tanto es así, que llega a considerar internet —siempre acompañado de la inquietud del lector— como la columna vertebral de su curso. Pues, por la facilidad de encontrar imágenes en la red y por la necesaria inquietud del lector para sacar partido a este libro, el autor ha decidido no utilizar ninguna imagen en todas estas páginas, salvo en la portada. También nos recomienda tener a mano un cuaderno de notas y un lápiz para subrayar.
Eduardo nos aconseja aprender fotografía como se aprende un idioma: insistiendo, repitiendo, yendo y viniendo a lo mismo, practicando, siendo reiterativos. Por este motivo, el libro no está estructurado en capítulos temáticos. Este proyecto formativo ha sido gestado como una serie de propuestas e ideas que se entremezclan, se repiten y se superponen para que el lector trabaje y reflexione sobre ellas, llegando a convertirlas en puntos de partida para nuevos planteamientos. Por ello, será muy recomendable releer, volver a estas ideas, a estos nombres, a estas reflexiones para asimilarlas, para interiorizarlas y para comprobar nuestros propios cambios a lo largo de nuestra evolución.
Y es que este libro nos dará respuestas, pero sobre todo nos hará plantearnos muchas preguntas. Preguntas que, en ocasiones, podrán resultarnos demasiado profundas o complejas, pero que, a medida que crezcamos como fotógrafos, sabremos entender y apreciar.
La última recomendación que nos da Momeñe antes de empezar este curso es la de no tener prisa. Valorar el reposo posterior a la lectura, no pasar a un siguiente tema hasta que no hayamos asimilado el anterior.
A continuación, veremos algunos de los desafíos que propone el autor a nuestra mente, y trataremos de ampliarlos con otros conocimientos y reflexiones propias:
- La importancia del equipo: Momeñe nos persuade de los riesgos de pensar que la fotografía trata de cámaras, objetivos y demás parafernalia: “Hay aficionados a la música y aficionados a los equipos de sonido, y no siempre coinciden”. No obstante, es obvio que necesitaremos tener un buen dominio de nuestras herramientas, siempre teniendo presente que estas nos ayudarán a plasmar nuestras ideas, pero nunca las podrán reemplazar.
Teniendo esto presente, el autor nos hablará sobre los diferentes tipos de cámaras y cómo cada uno de ellos puede ser el idóneo para un tipo de fotografía o una forma de trabajar. Nos hará plantearnos qué tipo de fotógrafo somos, cómo queremos trabajar y, en base a ello, qué herramienta será la más idónea para expresarnos, para poner en papel las imágenes que nos vamos formando en nuestra cabeza.
- ¿Qué es una buena fotografía?: Y es que Eduardo no se equivoca cuando dice que las imágenes no se hacen tan solo cuando tenemos la cámara en la mano, sino mucho antes. Aunque a veces creamos que salimos a ver qué nos encontramos, lo cierto es que siempre decidimos lo que vamos a ver. Podemos salir a encontrarnos paisajes costeros, pájaros en el bosque o gente en la ciudad, y también nos encontraremos cada una de estas cosas solo de la forma que la queremos fotografiar. Aunque no nos demos cuenta, siempre elegimos qué veremos y cómo lo veremos, y no menos importante, también elegimos todo lo que ignoraremos y las formas de mirar que excluiremos.
Por eso es tan importante pararse a pensar en una pregunta tan básica, y de no tan fácil respuesta. Pues, si realmente logramos definir qué es para nosotros una buena fotografía, cómo podemos conseguirla, qué hay que saber para hacerla, en qué hay pensar para llegar a ella o cómo debemos mirar para plasmarla, sin duda, nos estaremos acercando mucho a nuestro objetivo. Lo difícil de una buena fotografía suele ser formarla en nuestra mente, no capturarla con nuestra cámara.
- Encontrar la pepita de oro: Un buscador de oro es capaz de encontrar una minúscula pepita entre la inmensidad de tierra porque sabe lo que busca, porque sale con la intención de encontrar algo concreto.
Solo después de haber reflexionado profundamente sobre el punto anterior, estaremos capacitados para salir, no con la mente en blanco, sino con la clara intención de encontrar algo que, para nosotros, es una buena fotografía. Saldremos centrados, sabiendo seleccionar, siendo capaces de rechazar toda la tierra para ver con claridad nuestras diminutas y valiosas pepitas.
- ¿Qué es lo correcto?: Si nos fijamos en la historia del arte, muchos de los artistas que hoy llenan nuestros libros o nuestros museos, en su tiempo fueron incomprendidos, criticados, incluso humillados. Quizás este sea el precio que tiene que pagar toda revolución, pero sin duda merece la pena.
Han merecido la pena las críticas que, incluso sus amigos, le dedicaron a Federico García Lorca por su Romancero gitano o las humillaciones que sufrió Edvard Munch al exponer las obras de su Friso de la vida. Pero, si hay algo más difícil que ser un adelantado a tu tiempo, es serlo siendo mujer. Quizá el hecho de ser mujer haya tenido algo que ver en la discutible autocensura de Hilma af Klint, pionera de la pintura abstracta y, en nuestra opinión, bastante más interesante en muchos aspectos que Kandinsky, Malévich o Mondrian.
Ellos se negaron a hacer lo que se suponía que tenían que hacer, para hacer lo que realmente sentían que tenían que hacer. Y lo tuvieron que sufrir, algunos, y sobre todo algunas, incluso durante toda su vida. Pero un día, estos adelantados a su tiempo, estos defensores de un arte vivo, recibieron el agradecimiento de todo el mundo por su valentía, por ser artistas inquietos, por ser artistas íntegros.
Momeñe nos dice que lleva tiempo adquirir la capacidad de hacer lo correcto, porque no es sencillo reconocerlo, es un concepto cultural, artístico, inexistente hasta que el artista lo propone y lo consolida. Todo lo demás lo podemos aprender con manuales.
- Visión renacentista y visión instantánea: Eduardo también nos hace reflexionar sobre el punto de inflexión que produjo la llegada de la fotografía instantánea, de la mano de Kodak.
Antes de que George Eastman nos brindara la posibilidad de capturar imágenes con solo apretar un botón, la fotografía tenía fuertes influencias del Renacimiento. Aquellos maestros fueron los que nos enseñaron a mirar el mundo que habitamos. La fotografía de retrato tenía una mirada que podría recordar a la de Rembrandt, y la fotografía de paisaje no era tan distinta de las pinturas de Ruysdael, por ejemplo. Momeñe también nos habla de que esta corriente fue la evolución de un arte artesano a un arte intelectual. Incluso llega a decir que el Renacimiento crea al artista.
Por otro lado, la llegada de las posibilidades que ofrecía la fotografía instantánea y la democratización que supuso, dieron un vuelco a la forma de mirar. Ya no se necesitaba dominio técnico, ya no hacía falta parar el mundo y hacerlo posar; con un simple clic, sin conocimientos de ningún tipo, podíamos congelar el fluir de la vida. Eduardo asegura que el mundo ya puede ser representado sin normas, sin las ataduras que impone la forma en el arte, sin la dictadura del arte, ya puede ser mostrado no artísticamente. Una actividad carente de exigencias técnicas y manuales, además de irreflexiva, sin el conocimiento que exige el arte.
- La verdad: La famosa fotografía de Robert Doisneau, Le Baiser de l´Hotel de Ville, sirve de inicio para una nueva reflexión. Se ha hablado mucho acerca de la supuesta falsedad de esta imagen, ya que los protagonistas podrían ser actores que posaban para el fotógrafo. Pero, ¿quién nos ha vendido la veracidad de esta fotografía?
Fuese Doisneau o fuésemos nosotros mismos, quizá nos estemos enfrentando a un falso problema. Pues, como dice Ralph Gibson, “la única verdad de interés es la de la fotografía, no los testimonios, no los hechos generadores de la imagen, no la verdad del mundo”.
- El trabajo en proyectos: Es relativamente fácil lograr una buena fotografía, pero esto no nos convierte en buenos fotógrafos, no dice mucho de nuestra obra ni tampoco de nosotros mismos. Llegados a cierto punto en nuestra evolución, puede resultarnos beneficioso trabajar en proyectos: trabajos constituidos por varias fotografías con un nexo común, un conjunto de imágenes que sea capaz de decir mucho más de lo que dirían individualmente.
Momeñe nos sumerge en el mundo de los proyectos con el excelente ejemplo de Los Americanos, de Robert Frank. Y nos recuerda que para lograr un proyecto digno necesitaremos dos claves: tiempo y motivación. Sin olvidar algo que, lamentablemente, cada día se ve más en la fotografía contemporánea: la idea se acaba comiendo a la estética. Eduardo nos advierte que, aunque el tema pueda ser lo que despierte un proyecto, no debemos olvidar que un proyecto fotográfico debe ser un proyecto visual, y solo temático en segundo lugar.
- Copia e influencia: Puede que cualquier persona que se inicie en la fotografía, de forma más o menos consciente, acabe copiando imágenes. Esto, tal vez, pueda sernos de ayuda a lo largo de la fase técnica, o incluso también en los inicios de la fase estética de nuestro aprendizaje. Sin embargo, una vez adentrados en una búsqueda más personal, la copia será una losa que no dejará entrar a nuestra alma en nuestras fotografías.
Eduardo explica esto de forma muy clara y directa: “Más allá de nuestra responsabilidad técnica, no vale que nuestras fotografías sean malas copias de buenos originales”.
No obstante, es importante saber distinguir entre copia e influencia. Podemos decir que cada uno de nosotros somos nuestras influencias, y sin ellas no seríamos nada. Lo que separa al ser humano actual del que vivía en las cavernas son las influencias. Sin compartir el conocimiento, sin aprender de lo que otros han hecho para utilizarlo como base y llevarlo a nuestro terreno e incluso tratar de superarlo, la vida tal y como la conocemos no existiría. Del mismo modo, sin compartir, sin influencias, tampoco existiría el arte. Nuestra obra será más auténtica cuanto mayores sean nuestras influencias.
Desde Alma Natural esperamos que este resumen os haya ayudado a reflexionar sobre vuestra fotografía y, de ser así, os animamos a hacerle un sitio en vuestra biblioteca a este esencial libro. Nos despedimos con una última cita del autor:
«No vemos con los ojos sino con el cerebro. Los ojos no son más que el objetivo de la cámara. Esa es la razón por la que ver es un fenómeno complejo. Cuando miramos algo, todo estalla: memoria, creencias, conocimiento, sentimientos…, nuestra formación, todo junto y mucho más, una especie de catarsis que debe resolverse. Tengamos en cuenta que lo que proyectamos en una fotografía es nuestra visión total del mundo, nuestra concepción de toda la realidad. Cuanto más exista detrás de nuestros ojos, más realidad mostraremos». Eduardo Momeñe