La historia detrás de la foto
La erupción del volcán Cumbre Vieja en La Palma tuvo lugar cuando aún nos encontrábamos inmersos en la pandemia por COVID-19; la naturaleza volvía a recordarnos su poder.
Después de darle muchas vueltas, finalmente me tomé un respiro de mi trabajo en el hospital, algo que necesitaba, y volé a La Palma. Estuve 4 noches con un grupo de fotógrafos, aunque la última noche fue en realidad cortesía del volcán, que provocó la cancelación de mi vuelo de vuelta. Curiosamente, esta foto la hice esa última noche.
Para entonces ya había superado esa fase inicial de asombro, cuando ves por primera vez y de cerca la erupción de un volcán, con su ruido ensordecedor, sus explosiones, el característico olor a azufre, el resplandecer del fuego y la lava fluyendo. También había superado la fase en la que dejas pegado el dedo al obturador, haciendo fotos sin pensar demasiado.
Además, había que sumar el drama humano, consecuencia de la destrucción provocada por el volcán, dejando calles enterradas y casas arrasadas con metros de ceniza y lava. Para fotografiar el volcán había que hacerlo desde las propias calles de los localidades cercanas. Había una extraña combinación de turistas fascinados y residentes atemorizados, que sufrían esa realidad todos los días. Volvían a mi memoria sensaciones similares a las que había vivido meses atrás en el hospital, durante los momentos más duros de la pandemia. Esa combinación de emoción por la magnitud del evento natural y la desazón por el desastre que estábamos viendo me acompañó durante todo el viaje.
Fue un acierto llevarme la focal de 500 mm dada la distancia máxima permitida por seguridad para acercarse al volcán, además de que siempre me ha gustado hacer paisajes con teles, ya que te reta a componer de una manera distinta. Esa última noche, habiendo revisado por encima el material que llevaba, buscaba hacer algo más, porque hasta entonces había hecho un montón de fotos de volcán, cuyo único atractivo era el volcán en sí mismo y observar de manera secuencial la mutación del mismo cada noche, cambiando de forma, con nuevos cráteres, paredes y formas.
Acababa de montar el 500 mm en el trípode cuando en una de las laderas, empezaron a acumularse rescoldos incandescentes y rodaban ladera abajo. Reencuadré para probar incluir el cráter principal y la otra ladera y decidir si cambiaba de rango focal, pero perdía el atractivo de la lluvia de piroclastos, así que finalmente me centré en la parte más interesante del momento, que eran esa ladera y los restos de un bosque de pinos calcinados a sus pies, tenuemente iluminados por la luz del volcán. Con un tiempo de exposición prolongado, los piroclastos dejaban impresa su luz ahí donde caían, mientras que los que rodaban cuesta abajo hacían el resto del trabajo, dibujando poco a poco la forma del volcán y consiguiendo la imagen que necesitaba hacer.
Manuel Azcona Gutiérrez
Aunque nací en Cantabria, viví buena parte de la infancia y adolescencia a caballo entre España y México, entorno donde desarrollé mi atracción por la naturaleza. La necesidad de capturar de alguna manera esa naturaleza que me atrapaba y convertirla en algo tangible, me llevó a descubrir la fotografía como el instrumento perfecto para hacerlo. Era la época previa a lo digital, por lo que mi escuela fotográfica fueron los escasos libros de fotografía de naturaleza que había entonces y el ensayo-error echando a perder “algunos” rollos de película de diapositiva.
Por mi profesión como especialista en microbiología clínica y medicina tropical, he tenido la oportunidad de trabajar como cooperante en varios países, lo que me ha permitido viajar y conocer lugares alejados de los circuitos turísticos habituales, comprobando de primera mano cómo la salud humana está directamente interrelacionada con la salud de los ecosistemas y del medio ambiente y viceversa.
No tengo ninguna especialidad fotográfica concreta, lo que busco en la fotografía, tanto cuando observo el trabajo de otros autores como cuando estoy detrás de mi cámara, es una composición inédita, una textura determinada, un momento puntual… algo que sorprenda y retenga al observador.
Gracias a la fotografía he tenido la suerte de conocer sitios espectaculares y es la fotografía la que me ha enseñado a ver de otras maneras, a tener paciencia y a esperar lo inesperado.