UNA HISTORIA CON MORALEJA por Tino Soriano
En el año 1990 me encontraba, como todos los fotógrafos, sumido en plena Guerra Fría. Mis preocupaciones inmediatas no era conseguir el equilibrio atómico entre Rusia y Estados Unidos. De eso ya se encargaban 007 y el Superagente 86, entre otros.
Mi guerra particular era reunir a los fotógrafos y convencerles que no nos llevaría a ninguna parte el secretismo que por entonces imperaba. Preguntarle a un colega sobre sus clientes estaba considerado de mal gusto. Una intromisión en toda regla y una invasión en su intimidad. Sin embargo, como suele pasar con los clientes, los había para todos los gustos: buenos, mediocres, malos e incluso contábamos con una cuarta categoría que incluía a los mal pagadores, a menudo incluidos en el último apartado.
También querías saber más. Algunos “matices” como quién era un ignorante y trataba a los fotógrafos como cucarachas, quién devolvía las diapositivas hechas polvo o, la excepción, quién valoraba el esfuerzo por conseguir imágenes sorprendentes. Todos conocíamos los buenos clientes y, ojeando las revistas y los libros, sabíamos qué fotógrafos colaboraban y con qué temas, de manera que no era ningún secreto para nadie. Pero la mayoría se negaba en redondo a compartir una información que, a su pesar, acababa siendo de dominio público.
Entonces me fijé en Magnum, en Bilderberg, en Black Star. Cooperativas. ¿Por qué no? La única opción para intercambiar experiencias, para no tropezar varias veces con la misma piedra, para aspirar a unos precios dignos (nada de mercadeo aprovechando la inexperiencia de los recién llegados a la profesión) e incluso para encarar proyectos comunes que nos permitieran afrontar grandes producciones.
Y así nació Vision. La unión de unos pocos fotógrafos que, en lugar de fastidiarse el uno al otro, consiguió nuevas oportunidades. A veces un socio conseguía la información de un cliente que buscaba determinado tema y, conociendo que un compañero lo tenía, lo avisaba a la agencia. De manera que todo el mundo salía beneficiado. La estructura permitió pagar a varias personas que gestionaban el trabajo de los fotógrafos mientras éstos hacían lo que les corresponde. Recorrer el mundo cámara en mano.
Fruto de esta unión, más adelante vinieron los mejores proyectos. Entre todos mejoramos el sistema de archivos, llegamos a más y mejores clientes en el otro lado del planeta, intercambiamos conocimientos, tecnología e ideas. Formábamos a nuevos fotógrafos… fue bonito mientras duró. Al cabo de una década vino una crisis económica y cada uno volvió a tirar por su camino, evitando la agencia y ocultándose de nuevo a los demás. Entonces todo se fue al carajo. Hoy en día el colectivo de fotógrafos sigue siendo un colectivo muy individual, reinos de Taifas, repúblicas independientes, que debilitan la acción conjunta.
Por suerte todavía quedan asociaciones como AEFONA. Mi consejo es aprovechar los conocimientos de los demás. Sin enseñanza no hay continuidad. La gente llega al final del camino, sí. Pero a menudo, invirtiendo el doble o más tiempo que el que habría necesitado de haber viajado bien acompañado. Hay que aprender de los errores y una asociación es un puente de oro. La alternativa es el aislamiento y un posible fracaso a la hora de formarse bien.