Nacido a los pies de las cumbres del alto Pirineo aragonés –donde emerge el imponente macizo del Viñemal– el río Ara precipita sus rápidas y virginales aguas laderas abajo, abriéndose paso con tozuda tenacidad, hasta alcanzar el valle de Bujaruelo y componer, a lo largo del trayecto, un paisaje de singular e indiscutible belleza.
Siguiendo esta corriente de agua –creadora de vida y riqueza natural– descubro a cada paso un nuevo motivo para la contemplación y el libre esparcimiento; un entorno de alto valor medioambiental que merece conservarse mediante la aplicación de políticas adecuadas que lo protejan y mantengan inalterado para el disfrute de generaciones futuras.
El valle de Bujaruelo –lindante con el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido– atesora bosques repletos de hayas, robles, pinos y abetos que alterna con amplias praderas y que, en su conjunto, recrean un paisaje que no deja indiferente a ningún visitante que se interne en sus vastos límites.
Es en esta zona pirenaica, además, donde hallan refugio algunas de las especies más amenazadas del continente, como el oso pardo, el quebrantahuesos, la perdiz nival, la nutria o el desmán de los pirineos. Por ello, resulta incomprensible que –a pesar de su extraordinario valor natural– el valle de Bujaruelo no se encuentre aún anexionado al Parque Nacional limítrofe y sirva únicamente como Zona Periférica de Protección.
Quizás algún día veamos ampliado el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido con la incorporación del valle de Bujaruelo dentro de su territorio, y ya definitivamente protegido por leyes que impidan cualquier posible proyecto de desarrollo que sólo alcance a satisfacer oscuros intereses económicos.
Me alejo del río y atravieso un extenso prado esmeralda para llegar hasta una de las laderas del valle y contemplar, detenidamente, un admirable conjunto de variada masa forestal que –en perfecta simbiosis y tras el paso del estío– ofrece un sugestivo aspecto multicolor. Creo que si hubiera de imaginar el jardín del edén, lo recrearía, sin duda, pensando en el valle de Bujaruelo.
Corriente abajo, las aguas del Ara salpican la pradera de San Nicolás de Bujaruelo y pasan bajo un puente románico que salva el río en el camino que conduce a Francia por el puerto de Gavarnie.
La Orden de los Caballeros Hospitalarios fundó en este enclave, a finales del siglo XII, un hospital sobre lo que en su origen fue una especie de asilo regido por monjes caritativos que atendían a los viandantes y sus monturas, antes o después de franquear el collado fronterizo, velando siempre por su seguridad.
A partir de este punto, el valle se angosta –hasta juntarse con el de Ordesa– y cambia radicalmente su fisonomía, convirtiéndose el paisaje en abrupto y difícil. El río Ara, que hasta la pradera de San Nicolás bajaba remansado, deberá ahora atravesar la garganta de Bujaruelo y poco después la de los Navarros, por las que pasará encajonado a la vez que rugiente y vertiginoso –sobre todo en los meses de primavera– en su ininterrumpido avance, hasta desembocar en el río Cinca, a la altura de la localidad de Aínsa.
Ciñéndome al tema principal de mi relato –el valle de Bujaruelo– no quisiera cerrarlo sin antes añadir que hubo un tiempo en que estuvo a punto de perder su actual aspecto debido al proyecto de construcción de una carretera que debía enlazar –desde el puente de los Navarros, en el acceso al Parque Nacional de Ordesa– con la que por la vertiente francesa llega hasta el puerto de Gavarnie.
Dicho proyecto fue presentado al final de los años setenta, lo que dio lugar a notables polémicas debido a los evidentes e irreparables daños en el medio ambiente que provocaría la mencionada infraestructura pública. El proyecto pasó al olvido en 1982 y, afortunadamente, nadie ha intentado retomarlo… hasta el momento.
© Texto y fotos:
Francisco Martínez Romón
De la serie Mis Cuadernos de Campo